El mostrador de su panadero se convierte en un carril de entrada.
Abres la puerta, el aire fresco debe estar adentro, y con ella las avispas. Aploran los pasteles, se sientan en rollos, molestan a los clientes. Cada momento cuenta, y de repente parece insalubre.
Tu mostrador de queso se convierte en una zona de mosca.
Realizas, explicas variedades, aconseja con dedicación, pero de repente algo rodea sobre el brie. Los clientes retroceden, te pones nervioso. Y del placer se vuelve desconfianza.
Tu mostrador de carne pierde confianza.
Todo está fresco, limpio y perfectamente enfriado, pero una mosca es suficiente. El cliente se ve escéptico, el estado de ánimo se inclina. La higiene no es negociable.
Su mostrador de Vinotheque se convierte en una avispas de escenario.
Plato de queso, acompañamiento de vino, consejos con pasión, y en el medio: una mosca en el jamón. La elegancia se evapora. Lo que queda es el regusto.